Cada vez es más fácil encontrar cualquier alimento en cualquier época del año, pero… ¿es realmente necesario? Comer lo que queramos, cuando nos apetezca, es muy cómodo pero pasa factura al medio ambiente. Transportar alimentos durante largas distancias genera una importante cantidad de gases de efecto invernadero, principalmente debido al combustible utilizado por camiones, aviones o barcos. Comer lo mismo en Pekín y en Finlandia es antinatural. El ser humano se ha vuelto caprichoso, queremos todo ya, aquí y ahora y eso va en contra del desarrollo natural. La globalización nos ha malcriado.
En octubre nos despedimos definitivamente de la fruta de verano, pero a cambio las granadas, uvas y chirimoyas están en su mejor momento. Es tiempo de setas y risottos, de acelgas y potajes y por supuesto de guisos con berenjena y calabaza.

A pocos kilómetros de Madrid encontramos Aranjuez, uno de los pueblos más bellos de la capital. Considerado uno de los Reales Sitios de la monarquía española desde que Felipe II lo nombrara en 1560 y que, al igual, tiene el título de Villa desde 1899. Fue declarado Paisaje Cultural Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001.
Aranjuez basa su huerta en un sistema de economía circular, en la que prima la calidad sobre las grandes cantidades de producción. Llevan directamente las verduras del campo a la mesa. Desde que comenzara la pandemia, han sido muchos los agricultores arancetanos los que han impulsado la venta a domicilio de productos como los espárragos o fresones para darle salida ante el cierre de los restaurantes. Empresas que han sabido adelantarse a la situación y reinventarse para llegar a su público, un esfuerzo que en tiempos de pandemia ha cobrado, todavía más valor.
Una de ellas ha sido La Huerta de Aranjuez, la cual ha sabido adaptarse muy bien a la situación. Sus 10 tiendas, distribuidas por toda la zona sur de la capital, reparte a domicilio a toda la Comunidad de Madrid. Esta empresa lleva asentada en Aranjuez desde hace dos generaciones, sus huertos propios abastecen a los madrileños de sus frutas y verduras frescas.
Los productos ecológicos, naturales y de temporada ganan más adeptos cada día. El auge del consumo de los productos de proximidad está relacionado con el movimiento SlowFood: disfrutar del buen comer de forma consciente y con lo particular de cada lugar.Hoy SlowFood es una bocanada de aire fresco, una forma de sentir, de vivir y de mirar el futuro desde la alimentación.SlowFood es la contraposición de FastFood.

Los alimentos que llevan la etiqueta “Kilómetro zero” deben haberse producido a menos de 100 km del punto de venta. De ese modo, se reducen las emisiones relacionadas con el transporte de mercancías.Gracias a este modelo de trabajo se han ido recuperando variedades autóctonas de diferentes productos alimentarios. Alimentos ecológicos, detemporada y ofrecidos por productores locales.Planificar el menú según los alimentos disponibles cada temporada y que sean propios de la zona puede ayudarnos a descubrir sabores y combinaciones que no conocíamos. Además, consumirlas cuando toca, garantiza una mayor calidad. La apuesta por un modelo de producción ético que tiene en cuenta el interés colectivo.

Según un artículo de la Universidad de Harvard contamina menos llevar productos de Asia hasta California en barco que mandarlos de Chicago a Boston en avión. Es decir, para los habitantes de Boston es más sostenible importar tomates desde Sudamérica que producirlos en su propia ciudad: en Boston hace mucho frío por lo que los tomates se cultivarían en invernaderos. Según la Universidad, estos cultivos en invernaderos de Boston, generan más emisiones de gases de efecto invernadero que el transporte entre continentes. Conocer qué alimentos son originarios de nuestra zona, en qué estaciones se recolectan y también cómo se producen, nos ayudará a llevar una dieta más respetuosa con el medioambiente.